EN BUSCA DE LA EXPERIENCIA PERDIDA

En el último artículo de mi blog, un lector hizo un comentario que me pareció muy atinado: “hay un cierto tipo de turista que colecciona destinos, y sin embargo no es capaz de disfrutar del momento o de la experiencia que se le ofrece, porque está pensando en qué ha de hacer al día siguiente, o en el próximo viaje”.

Esta actitud de tener la mente en otra parte, tiene a mi juicio dos consecuencias principales: la primera y más obvia, podría resumirse en el hecho de perderse la experiencia presente. La segunda tiene que ver con la imposibilidad de aprender de esa experiencia, y de recuperarla en el futuro.

¿Cómo distinguimos un momento de otro a lo largo de un día? Supongamos que vamos conduciendo un coche, absortos en pensamientos. De improviso aparece una persona en medio de la carretera, y debemos hacer una maniobra brusca para evitar atropellarlo. Esta situación nos aleja de nuestros pensamientos, y nos trae de regreso al presente, y a nuestro cuerpo. El riesgo provocó una emoción (asombro, temor), que experimentamos en el cuerpo. Los recuerdos nos llevan al pasado, y las conjeturas al futuro. Las emociones nos anclan en el presente.

Si hacemos una excursión que para nosotros resulta aburrida, y por lo tanto nuestra mente está perdida en pensamientos sobre otro tiempo u otro lugar, asistiremos al paseo sumergidos en un continuo de momentos difíciles de distinguir. Y a nuestro regreso, todo lo que podremos hacer es mirar fotos, y hacer un esfuerzo, vano quizá, por recordar qué tipo de experiencia tuvimos en ese lugar.

Muchos creen que, para experimentar emociones, es necesario hacer turismo aventura (o estar a punto de atropellar a alguien en la carretera). Sin embargo, las emociones siempre están presentes. Es sólo que no las distinguimos porque estamos perdidos en nuestros pensamientos, porque somos incapaces de reparar en los pequeños detalles y porque no podemos estar verdaderamente presentes, es decir, conscientes.

El turismo de naturaleza es una fuente inagotable de emociones, en especial si prestamos atención a los cambios que se manifiestan permanentemente en el ambiente (movimiento de hojas y nubes, sonidos, aparición de animales, etc.). Para descubrir nuestras emociones debemos “mirar hacia adentro” (prestar atención a nuestro cuerpo), con la misma intensidad con que contemplamos el paisaje.

Con respecto a la posibilidad de aprender, y de recuperar la experiencia, tomar notas por ejemplo nos permite llevar un registro de nuestras emociones, algo que las fotos no revelan por sí mismas, por más elocuentes que sean las imágenes. Yo prefiero anotar qué me sucede durante una excursión (¿Cómo me siento? ¿Qué reflexiones me inspira el lugar? ¿Qué puedo aprender de esta experiencia?), en vez de registrar datos técnicos, que si deseo puedo encontrar en Internet o en un libro.

Este es mi modo de aprovechar y recuperar los momentos de contacto con la naturaleza; pero cada uno debe encontrar el más adecuado para su vida. Lo importante, creo, es que no suceda esto que uno de los lectores comentó en mi artículo “hechos vs. opiniones”: que el turista no disfrute de la experiencia que se le ofrece.

Jorge Guasp

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