PENSAR CON TODO EL CUERPO


Creerán quizá que me he vuelto loco… ¿Se puede pensar con el cuerpo? Considero que sí. Cuando tenemos apetito, por ejemplo, nuestro cuerpo nos da una señal, y el cerebro la interpreta y la etiqueta lingüísticamente como “apetito”. Pensamos entonces (con el cuerpo): “qué hambre, necesito comer algo…” Lo mismo sucede cuando tenemos sed, o cuando tenemos sueño: obramos gracias a una interacción entre las señales corporales vinculadas con el cerebro, y las distinciones lingüísticas.

¿A qué me refiero cuando hablo de “pensar con el cuerpo”? Eckhart Tolle, en su libro “Practicando el Poder del Ahora”, dice: “cuando necesites una respuesta, una solución o una idea creativa, deja de pensar momentáneamente y concentra la atención en tu campo de energía interno. Podríamos decirlo así: no pienses únicamente con tu cabeza, piensa con todo tu cuerpo.

¿Se han dado cuenta de que algunas personas pronuncian frases aparentemente simples, que nos resultan conmovedoras y no sabemos por qué? Pues bien; porque las dicen desde el corazón. Y el corazón está en el cuerpo, no en la cabeza. Las emociones de un orador, y la pasión con que se expresa, son contagiosas. Sin ellas, nuestro cuerpo sólo sirve para trasladar la cabeza de una reunión a otra, como dice el educador Ken Robinson.

Con los guías e intérpretes de la naturaleza sucede algo similar. Algunos repiten como loros, nos abruman con información sobre el lugar, con nombres científicos que no recordaremos nunca… Ellos “piensan con la cabeza”. Otros, en cambio, cuentan historias simples, y hacen que nos conectemos con las emociones que la naturaleza y la historia nos inspiran: esas personas “piensan (y nos hacen pensar) con el cuerpo”.

Sin necesidad de la intermediación de guías o intérpretes ambientales, nosotros mismos, como visitantes, podemos elegir entre limitarnos a “pensar con la cabeza” (recordar nombres, fechas, dimensiones), o bien “pensar con el cuerpo”: percibir la fragancia de las flores; prestar atención a las hojas secas y ramas que restallan bajo nuestros pies al recorrer una senda; escuchar el canto de los pájaros y el sonido del viento entre el follaje; sentir la respiración agitada y el aire fresco que penetra en nuestro cuerpo al subir una montaña… e imaginar un mundo utópico, hecho a nuestra medida.

Podemos limitarnos a vivir en el mundo de la razón y de los pensamientos. O pensar y vivir con todo el cuerpo. La elección depende enteramente de nosotros mismos, y las diferencias entre ambas conductas son enormes; pero ellas serán motivo de otro artículo.

Jorge Guasp

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