UNA VISIÓN ESPIRITUAL DEL TURISMO DE NATURALEZA

La palabra “espiritualidad” tiene numerosas connotaciones, y es, en consecuencia, un tanto ambigua. A los fines de este artículo, quiero dejar en claro que no empleo el término “espiritual” como sinónimo de esotérico, mágico o religioso. Para mí la espiritualidad es simplemente nuestro accionar movido por valores supremos, en el camino hacia la felicidad y el bien común. En este sentido, podríamos decir que esta visión de la espiritualidad engloba a toda la humanidad. Al fin de cuentas, ¿quién no quiere ser feliz?

Como consecuencia de las preocupaciones sociales y ambientales, y el deseo de respetar a la naturaleza, aprender sobre ella, y promover un equilibrio socioeconómico en la población, nació el eco-turismo. Esta rama del turismo está centrada en enseñarnos acerca de la naturaleza, a fin de que cambiemos nuestra relación con ella. Esta visión de la relación con la naturaleza es importante, pero a mi juicio sigue siendo insuficiente.

Cuando hablé de espiritualidad, la asocié con la felicidad y el bien común. Lo cierto es que el conocimiento de la naturaleza no basta, creo, para lograr el bien común, al menos  en lo concerniente a la preservación del ambiente. La felicidad y el bien común dependen, en todo caso, del conocimiento que tengamos de nosotros mismos. Y este conocimiento es la base para mejorar nuestra relación con la naturaleza: ¿no son acaso los problemas ambientales una consecuencia de nuestra conducta, que a su vez depende de quienes somos y de lo que queremos, tanto para nosotros mismos como para el prójimo y para la naturaleza?

Una visión “espiritual” del turismo no debe interpretarse, insisto, como algo esotérico, vinculado a los movimientos new age, a la meditación, a los llamados “retiros espirituales” o a las visitas a un convento religioso. En mi opinión, cuando nos preguntamos qué buscamos en algún destino con naturaleza prístina, o nos encontramos con nosotros mismos en silencio, a orillas de un río o en lo alto de la montaña, podemos decir que estamos obteniendo algunos de los tantos beneficios espirituales que nos brinda el contacto con la naturaleza.

La naturaleza tiene su propia inteligencia, y nos da muestras de una simpleza y una serie de relaciones de cooperación que a menudo no se tienen en cuenta como fuente de aprendizaje. El tipo de turismo del que hablo no sólo implica aprender sobre la naturaleza, sino también de aprender de ella acerca de nosotros mismos, para poder convivir mejor con los seres y elementos que la integran, a los cuales estamos unidos a través de nuestras necesidades biológicas, y por qué no, también espirituales, como lo son la búsqueda de paz, amor y felicidad.

Jorge Guasp

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